Bebés y nutrición: las fórmulas infantiles son una mejor opción comparada con la leche de vaca cuando la lactancia materna no alcanza

Por sus beneficios nutricionales, inmunológicos, para el desarrollo infantil y hasta por cuestiones económicas, la Organización Mundial de la Salud (OMS), las autoridades sanitarias nacionales y los cuerpos profesionales de pediatría y nutrición fomentan la práctica de la lactancia materna (LM) durante los primeros dos años de vida de un bebé. En ese sentido, datos de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENNyS, 2007), revelan que el inicio de LM en nuestro país es elevado, con un 95% de adherencia; sin embargo, la cifra se reduce al 70% entre los 6 y 8 meses; al 50% al año; y al 24% en el segundo año.

Además, solo un tercio de los bebés que iniciaron la práctica de LM la mantuvo en forma exclusiva en los primeros seis meses (es lo ideal) y en los niños de entre 6 y 24 meses que ya no practicaban LM el consumo mayoritario fue el de leche de vaca sin fortificar (más del 70%). Apenas el 22% en el primer año, y el 11% en el transcurso del segundo año de vida consumía leche fortificada con hierro (LF) o bien una fórmula infantil (FI).

En este contexto, vale la pena aclarar algunas cuestiones importantes sobre las diferencias entre la leche de vaca común (LV), aquella que está fortificada (LF) y las fórmulas infantiles (FI), a la hora de promover una nutrición saludable en los lactantes.

En la Argentina, un tercio de los menores de dos años padece anemia y su principal causa es la falta de hierro. Teniendo en cuenta que la leche es la principal fuente alimentaria y, por lo tanto, de provisión de hierro en la dieta de los niños pequeños, en aquellos casos en los que no sea posible sostener la lactancia materna está suficientemente aceptado en la actualidad que las fórmulas infantiles tienen ventajas como fuente de hierro en relación a la LF. Es que el hierro de la leche fortificada tiene una menor biodisponibilidad debido a la presencia de fosfatos, mayor cantidad de proteínas (en especial caseína) y calcio, que interfieren en la absorción.  Por otro lado, la leche fortificada, cuando se diluye,  tiene una menor concentración de ácido ascórbico (un importante facilitador de la absorción de hierro) que las fórmulas infantiles. Además, hay suficiente evidencia acerca de la relación entre la ingesta de leche de vaca y el microsangrado intestinal, lo que potencia la deficiencia de hierro.

Hay que tener presente que comparadas con las recomendaciones de organizaciones especializadas (CODEX ALIMENTARIUS, la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica -ESPGHAN- y la FDA de EE.UU.), la composición nutricional de la leche de vaca se caracteriza por sus diferencias principales en el aporte de proteínas (más elevado y con base en la caseína); la composición de los hidratos de carbono (oligosacáridos presentes en cantidades importantes en la leche materna); las grasas; la menor concentración de hierro; el mayor contenido de calcio y el menor contenido de vitamina A.

Según datos de la ENNYS, los niños que consumían fórmulas infantiles tuvieron una ingesta total de sodio un 37% más baja que aquellos que consumían leche de vaca; estos últimos, además, presentaron una mayor ingesta de proteínas, propia de la diferencia de su contenido entre LV y FI. Y este no es un dato menor dado que otro aspecto importante a tener en cuenta es que las consecuencias metabólicas de un alto consumo de proteínas en la infancia tienen relación con el riesgo de obesidad. Además,  varios estudios han sugerido que la LV estimula la secreción de insulina y del factor de crecimiento insulínico tipo 1 (IGF-1) en grupos de edades pediátrica. Un reporte del estudio alemán “DONALD” (Dortmund Nutritional and Anthropometric Longitudinally Designed) sugiere que una ingesta elevada de proteínas a los 12 meses de edad, particularmente proveniente de leche de vaca y productos lácteos, puede estar asociada con una composición corporal desfavorable a la edad de 7 años.

La biodisponibilidad de calcio es otro factor diferencial entre las diferentes opciones fuera de la lactancia materna.  Las fórmulas infantiles tienen menor contenido de calcio y fósforo que la leche de vaca, pero una relación entre ellos superior, lo que favorece la biodisponibilidad de calcio. A la vez, el menor contenido de ambos minerales podría favorecer una mayor biodisponibilidad de hierro. También se sabe que la leche humana tiene un balance óptimo de ácidos grasos esenciales, entre ellos el ácido araquidónico (AA) y el ácido docosahexanoico (DHA), de gran importancia en el desarrollo infantil (para la formación de membranas neuronales sinápticas y células de la retina). Aún cuando la incorporación de estos ácidos grasos a alimentos infantiles no es normativa, existe una creciente consideración de la importancia que adquiere un nivel prudente de incorporación a las fórmulas infantiles.

Diferentes organizaciones responsables del establecimiento de pautas y recomendaciones sobre alimentación infantil difieren en cuanto al momento y la forma de introducción de leche de vaca. La Academia Americana de Pediatría (AAP) plantea desde 1992 que los lactantes sean alimentados al pecho durante los primeros 6 a 12 meses; la única alternativa aceptable para reemplazar la leche materna es una fórmula infantil fortificada con hierro, y recomienda no emplear leche de vaca, ni las fórmulas con bajo contenido de hierro, durante el primer año de vida. Por su parte, la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN), plantea en un Medical Position Paper del Comité de Nutrición de 2008 que “son aceptables pequeños volúmenes de leche de vaca durante la alimentación complementaria, pero que ésta no debe ser usada como única bebida antes de los 12 meses de edad.” En contrapartida, la OMS y OPS, en los Principios de Orientación para la Alimentación Complementaria del niño no amamantado, sugieren que a partir de los 6 meses “las fuentes aceptables de leche incluyen la leche entera de origen animal (vaca, cabra, búfalo, oveja, camello), leche tratada a ultra alta temperatura (UAT), leche evaporada reconstituida (pero no condensada), leche fermentada o yogur, y leche materna extraída (tratada al calor si la madre es VIH-positiva).”

En nuestro país, el Ministerio de Salud de la Nación sugiere a través de las Guías Alimentarias para la Población Infantil que, en caso de no poder continuar con la lactancia materna, las alternativas deben ser en primer lugar una fórmula de seguimiento, sólo luego la leche entera de vaca en polvo fortificada y en tercer lugar la leche fluida sin fortificar. Por su parte, el Comité de Nutrición de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), en el año 2001, publicó un documento sobre alimentación en niños de 0 a 2 años, donde explica que “en aquellas circunstancias en las que está absolutamente justificado indicar un sucedáneo de la leche materna, el equipo de salud deberá elegir la opción más adecuada para el lactante, teniendo en cuenta la edad, condiciones socioeconómicas, y la disponibilidad local. Y propone dos opciones para reemplazar la lactancia materna: en primer lugar, y coincidiendo con el Ministerio de Salud, la utilización de fórmula de seguimiento; en segundo lugar, la leche de vaca diluida a los 2/3 con el agregado de 7% de azúcar. Finalmente aclara que puede considerarse el uso de leche de vaca fortificada o enriquecida con hierro, vitaminas C y A.

En síntesis, en los primeros años de vida la alimentación juega un rol clave en términos de niños y adultos saludables; por eso, cuando la lactancia materna no es posible o por algún motivo resulta insuficiente, hay que tomar recaudos a la hora de pensar cómo suplantarla. Las Fórmulas Infantiles, en primer lugar, y las Leches Fortificadas, en segundo, aparecen como  las mejores opciones. La leche de vaca no debería introducirse antes del año.

Por el Licenciado en Nutrición Sergio Britos

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